“Las cadenas de televisión han sido uno de los grandes lastres democráticos del país, se han convertido en poderes por encima del Estado, cuya incidencia en la vida cotidiana es profunda”, comenta el periodista mexicano Ignacio Rodríguez Reyna, director de la revista Emeequis, al diario El Espectador.
Si hay alguna legislación que pudiera afectar sus intereses comerciales y económicos, que son muy amplios, empiezan a ejercer un poder de cabildeo brutal, al grado de que políticos de izquierda, de derecha y de centro, de todos los partidos, se doblan ante su poder, se mueren de miedo y se ponen a temblar ante la expectativa de no aparecer en la tele.
Un 92% de las viviendas mexicanas tienen al menos un televisor (y un 80% una radio) frente al 21% de las viviendas que tienen acceso a internet. La telenovela (y radionovela) escrita por los servicios informativos del poder político-financiero sigue siendo el cemento que sostiene el tinglado. Sin olvidarnos de la colaboración policial.
La disyuntiva mexicana lo es también sobre el poder de los viejos medios de la concesión y el medio de comunicación de la gente. De licencias gubernamentales y redes sociales. De privilegios y oportunidades. De corrupción y transparencia. De castas y ciudadanos.
Vía | Internet en el salón y la vieja televisión al contenedor
