Una amplísima mayoría de los mortales con conexión a internet en su hogar o su oficina tiene cerca un mismo tipo de dispositivo: un router. También llamado en español enrutador, encaminador o incluso rúter, adaptando a nuestro idioma el sustantivo inglés. Una pieza de hardware que interconexiona redes informáticas y encamina los paquetes de datos por las rutas más adecuadas.
Existen multitud de modelos, con muchas funciones añadidas distintas, de infinidad de marcas... Sin embargo, al margen de su utilidad principal y esencial prácticamente todos tienen algo en común: la dirección 192.168.1.1.
Una de las IP más conocidas que puedan existir por la función que desempeñan. Básicamente, ser la puerta de acceso a los routers. La entrada a la configuración —previo paso por una pantalla de inicio de sesión en la mayoría de dispositivos— que nos permite hacer cuantos ajustes deseemos al respecto de la conexión que nos proporciona con solo teclear esa sucesión de números en nuestro navegador.
Por qué 192.168.1.1, la historia
Como todos sabemos, una dirección IP es la matrícula de un dispositivo. Una numeración que identifica de una forma lógica y jerárquica a lo que se denomina una interfaz en red —es decir, un elemento de comunicación y/o conexión— de un equipo informático como pueda ser un ordenador, un teléfono móvil o una tableta que emplea el archiconocido o protocolo IP.
Esto es, el que corresponde al nivel de red del modelo TCP/IP, la descripción de protocolos de red desarrollada en la década de los años setenta, por Vinton Cerf y Robert E. Kahn, y que se estableció en ARPANET, el germen de internet.
En este contexto de matrículas para dispositivos, de numeraciones que identifican a webs, equipos informáticos y otros elementos conectados, los routers son los que asignan las direcciones IP a los diferentes aparatos conectados a ellos. Números que están reservados para un uso privado, para que ninguna otra interfaz en red pueda identificarse con él, para que nadie pueda utilizarlos para una web pública.
Y 192.168.1.1 es una de esas direcciones reservadas. Concretamente, la que tradicionalmente la mayoría de fabricantes han usado para sus routers.
¿Por qué? Porque simplifica las reglas de enrutamiento tal y como se expresan en la configuración de los routers al pertenecer al rango de direcciones reservadas para las redes de menor tamaño. Este es la clase C, el que abarca desde 192.0.0.1 a 192.168.255.255. A él se une la clase A, que va desde 10.0.0.0 a 10.255.255.255, pensada para las redes más grandes; y la clase B, que comprende desde 172.16.0.0 a 172.31.255.255, destinada a redes de un tamaño medio.
El propósito de estos conjuntos de rango reservados por el RFC 1918 era, como explica Dave Whitla en esta respuesta publicada en Quora, "conservar el espacio de direcciones IPv4 en los casos en que los usuarios de la red no tenían necesidad de enrutar paquetes fuera de sus propias organizaciones y, por lo tanto, fueron designadas como no enrutables, de modo que pudieran ser reutilizadas de forma segura en muchos lugares dentro de las paredes de la empresa".
La simplificación que deriva de la utilización de 192.168.1.1 era importante, al menos en 1996, cuando se asentaron estas bases, porque los enrutadores tenían una capacidad relativamente pequeña de memoria. En ese espacio limitado tenían que mantener todas sus tablas y, si un router tenía la misión de conectar muchas redes, agotar la memoria si las reglas de enrutamiento no podían simplificarse de alguna manera era bastante fácil.
Whitla, ingeniero de software especializado en aplicaciones en red con más de dos décadas de experiencia que en el momento en el que todo esto se decidió estudiaba el modelo TCP/IP, explica que la representación binaria en orden de bytes de red de 192.168 es 1100000010101000. La notación decimal punteada, al final, no es más que un método más sencillo de comprender para cualquier que la secuencia de unos y ceros de 32 bits que es una dirección IP.
El responsable de la elección de 192.168, apunta el ingeniero y otras fuentes, habría sido Jon Postel. Un informático estadounidense determinante en el desarrollo del internet original, especialmente en lo concerniente a los estándares y la redacción de los RFC que definieron los estándares, metodologías e innovaciones relacionadas con la red de redes.
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