El debate en torno al teletrabajo ha sido una constante desde el mismo momento en que comenzó la pandemia, a principios de 2020. Se ha hablado largo y tendido sobre sus ventajas y su regulación, pero lo cierto es que una vez la situación sanitaria se ha ido normalizando, lo que amenazaba con ser un cambio estructural del mercado laboral parece haberse convertido en una mera anécdota (más allá de pequeñas 'aldeas galas' en el sector tecnológico).
Y es que, según los últimos datos de la Encuesta de Población Activa, en el segundo trimestre de este 2022, el 90% de los asalariados ya ejercía su trabajo completamente presencial. O, dicho de otro modo, tan sólo el 10% de los trabajadores por cuenta ajena sigue teletrabajando, una cifra que representa la mitad de población que hace dos años.
Además, incluso entre los que mantienen alguna modalidad de teletrabajo, la parte presencial no deja de ganar peso: si durante la pandemia el 90% de los teletrabajadores recurría de forma mayoritaria al trabajo en remoto, en este último trimestre la cifra se ha reducido hasta el 52%.
Ahora, sin embargo, otras circunstancias de excepción parecen poder dar un nuevo impulso al teletrabajo en su momento más bajo: hablamos, claro está, de la 'emergencia energética' declarada por los políticos de toda la UE a raíz de la situación geopolítica creada tras el comienzo de la guerra Ucrania-Rusia.
Aunque no ha sido incluido en el decreto de medidas de ahorro redactado por el Ministerio de Transición Energética, el gobierno central ha recomendado públicamente esta opción laboral como medida de ahorro para administraciones y grandes empresas. Pero… ¿en serio constituye siempre una medida de ahorro energético el teletrabajo?
Cuando el teletrabajo consume más energía que la que ahorra
La agencia de la UE Eurofound sostiene que, "si bien a corto plazo el teletrabajo podría reducir el número de viajes de casa al trabajo, a largo plazo podría aumentar las distancias de viaje si las personas se trasladan lejos de la oficina para evitar los altos alquileres y el alto coste de vida urbana". Si eso ocurriera, el ahorro provocado por el primer factor quedaría anulado por el segundo.
"También existe la posibilidad de** un 'efecto rebote' en términos de aumento de los viajes no laborales**. Esto está relacionado principalmente con la necesidad de hacer otros viajes en automóvil para tareas que anteriormente se llevaban a cabo durante el viaje al trabajo: por ejemplo, hacer las compras o llevar a los niños a la escuela".
Is #telework really a ‘green’ choice? 🧑💻🌳
— Eurofound (@eurofound) August 8, 2022
Yes... but it's complicated. The overall climate impact of teleworking is determined by the interplay of a variety of factors, from commute to home energy use.
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Además, el único impacto del teletrabajo sobre el clima no reside únicamente en lo referente a los desplazamientos, sino también a los cambios en los patrones de consumo energético: ahora que la mayor parte de la actividad del trabajador se realiza en su hogar, consecuentemente aumentará su uso de energía en éste para calefacción, refrigeración, iluminación, Internet, cocina, etc.
Calentar 100 hogares puede ser mucho menos eficiente que calentar unas grandes oficinas. Y a eso se le suma que, en realidad, ni siquiera estamos hablando de un consumo que sustituye a otro, sino que se añade al mismo. En palabras de Eurofound:
"No está claro hasta qué punto los empleadores estarán dispuestos (o podrán) reducir los espacios de oficina después de la pandemia. […] Si las oficinas continúan abiertas a tiempo completo, el aumento del consumo de energía en el hogar tendrá un efecto aditivo, además de la energía consumida por los edificios de oficinas".
"Sería beneficioso promover el uso flexible del espacio en las oficinas para evitar la calefacción, la refrigeración o la iluminación de áreas no utilizadas o escasamente utilizadas cuando se espera una baja presencia de empleados".
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