Hoy, finalmente, se ha tomado la fatídica decisión en el kilómetro cero de Internet. El presidente de la Comisión Federal de Comunicaciones de los Estados Unidos, Ajit Pai, ha anunciado hace unos minutos la aprobación del plan que impulsa la eliminación de la neutralidad de la red con la derogación de las regulaciones establecidas por la administración Obama. La banda ancha deja de considerarse un servicio básico como la electricidad o el suministro de agua.
La votación, según lo previsto, ha terminado con tres votos a favor y dos en contra de la propuesta de desregulación. Las dos comisionadas del Partido Demócrata han rechazado la iniciativa, como ya habían manifestado, mientras que los tres comisionados del Partido Republicano la han respaldado. No se ha aplazado como algunos pretendían, fiscal general de Nueva York incluido, tras constatarse la manipulación de la consulta pública mediante bots.
Gracias a la llamada neutralidad de la red se garantizaba, de una forma más o menos básica, un Internet igualitario. Aunque el conjunto de las infraestructuras que lo hacen posible, desde los kilómetros de fibra óptica a los satélites o cables submarinos tienen un dueño y este suele ser privado, este conjunto de normas permitían proteger la red de quienes pueden dominarla completamente a su antojo. A partir del día de hoy el paradigma cambia en Estados Unidos a iniciativa de un presidente de la FCC, nombrado por Donald Trump, que fue abogado de la compañía de telecomunicaciones Verizon.
Las consecuencias del fin de la neutralidad
Las implicaciones de este nuevo escenario para la red de redes son muchas y muy diversas, pero las más evidentes son las que nos llevan a un Internet de varias velocidades en el que los bloqueos o las ralentizaciones de según que portales o según qué contenidos pueden ser frecuentes y no podremos hacer nada por evitarlos. Decidirán las compañías de telecomunicaciones.
La protesta organizada ayer, Break the Internet, nos mostraba de forma sumamente ilustrativa cómo podría ser una red intervenida, sin una regulación que la proteja. Podríamos estar accediendo a determinado portal, uno de nuestra preferencia, y encontrarnos con que nuestro proveedor de servicio nos indica que hemos excedido nuestro ancho de banda asignado para esa web. Porque sí, podrán decidir qué servicios quieren ofrecer a los clientes y cómo. Incluso podrán bloquear redes como BitTorrent, como se cree que sucederá, porque ya se intentó.
También podrían, por ejemplo, bloquearnos el acceso a determinados contenidos. O caparlos de modo que para disfrutarlos tuviésemos que pagarles un extra no incluido en la tarifa. No sería un pago al servicio en sí mismo, sino al propio operador porque él decide qué va por su infraestructura, la que hace que Internet llegue a los hogares, y qué no. Llegado el caso, se podría estar pagando un extra por un servicio de pago que ya se sufraga.
La defensa de Ajit Pai, el presidente de la FCC, es que "los proveedores de servicios en Internet tendrán que ser transparentes sobre sus prácticas, para que así los consumidores puedan contratar el plan de servicios que se adapte mejor a ellos", pero no es así de sencillo. La mayoría de estadounidenses, según Boin Boing, sólo tiene una o dos opciones para obtener una conexión. Lo que a la postre significa que muchos se verán sometidos al planteamiento que haga un determinado operador sin alternativa. En muchos otros países sucede lo mismo.
Cuando no hay competencia el poder está en un lado, aunque la Comisión Federal de Comercio debe ser la encargada de perseguir a las compañías si se considera que han formulado acuerdos que perjudican a los consumidores o la competencia. Algo que está por ver y que no convence a los que abogan por tener regulada la neutralidad.
El cuento de terror podría continuar de muchas más maneras con la libertad que otorga poder tratar el tráfico de Internet de formas diferentes y sin criterio establecido, creando una red de varias velocidades o una red por paquetes.
Haciendo un símil entendible, contratar una conexión puede transformarse en algo parecido a contratar televisión por cable o de pago, pero sin existir la televisión en abierto. La única forma de acceder a Internet será pagando, sí, como hasta ahora, pero de acuerdo a la cuantía que abonemos y a lo que ofrezcan las operadoras podríamos acceder a determinadas webs y servicios o no. Si antes se pagaba por velocidad, ahora también se podría estar pagando por el contenido concreto.
Otra cara del fin de la neutralidad es que las compañías tecnológicas más poderosas podrían pagar a los proveedores de servicios para que el acceso a sus respectivas plataformas se realice más rápido que el acceso al resto de la web. Acceder a un gran sitio de comercio electrónico o una gran red social podría ser más fácil que echar un vistazo a un blog de un activista. Incluso puede que, a la hora de crear una web, el responsable tuviese que negociar con cada uno de los ISP para que permitan a sus clientes el acceso, porque podrían restringirlo.
Estas son algunas de las peores situaciones a las que nos podemos enfrentar con el fin de la neutralidad, efectivamente, y seguramente poco cambie al principio. Pero la realidad es que, como ha asegurado la comisionada Jessica Rosenworcel en el inicio de su discurso previo a la votación, "la neutralidad de la red es la libertad de internet". Esa libertad puede desaparecer a partir de hoy en Estados Unidos, afectando a los servicios localizados allí y que se utilizan en el resto del mundo, pero no solo.
La influencia del kilómetro cero de Internet, donde nació todo, puede impulsar a operadoras de otras partes del mundo a presionar a sus respectivos Gobiernos en busca de una regulación similar. En la Unión Europea, por ejemplo, donde en el pasado se pretendió acaba con la neutralidad de la red, la situación se sostiene. Se terminó legislando para protegerla, aunque quedó abierta la puerta para que el zero-rating fuese regulado individualmente por los países miembros. Solo cabe esperar que no cunda el ejemplo.
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