Después de 15 años instalando distros como Ubuntu o Mint, he sucumbido a la conveniencia de lo comercial. Tengo buenos motivos
Empecé a usar Linux en mi época universitaria compartiendo equipo con Windows: el SO de Microsoft para algunos programas empleados durante la carrera y Ubuntu para todo lo demás. Años después y ya como trabajadora, me pasé a macOS en lo personal y dejé Ubuntu para mis portátiles viejos, que se quedaron uno como equipo de reserva y otro para la casa de mis padres.
Sí, confieso que Linux era mi sistema operativo Ave Fénix: lo usaba para resucitar ordenadores. Los requisitos modestos de las distros (comparadas con el mainstream Windows) y una buena experiencia completa en general hicieron el resto. No creo que fuera una equivocación (más cuando estoy hablando de prácticas que he llevado a cabo en los últimos 15 años), pero sí que ahora hay una alternativa mejor: Chrome OS Flex.
Linux suena muy bien en teoría para equipos antiguos. La realidad es otra historia
Para empezar, lo de que puedes revivir un ordenador viejo es una verdad a medias: hay mucho hardware y tantas distros que cuesta lo suyo acertar o en su defecto, quedarse con lo que más se ajusta dentro de lo posible. Ojalá fuese solo cuestión de que es compatible con ese procesador antiguo o se apaña con esa RAM veterana, pero en un ordenador hay mucho ingrediente y hasta algo tan pequeño como un controlador puede fastidiar la receta. U otro hardware como la tarjeta de red. O un programa.
Sí, en mi época universitaria me pilló con mucho tiempo libre y ganas de rebuscar por internet y experimentar, pero en estos momentos tener que pasar media tarde rebuscando en foros cómo conseguir que me funcione un componente o programa es una faena, pero en su momento me dio muchas satisfacciones conseguir ejecutar ese software determinado a través de un emulador o encontrar lo necesario para que el ordenador se entendiera con la impresora y esta imprimiera.
Pero no siempre suena la flauta: ordenadores viejos con componentes aún más vetustos y modestos y distribuciones con comunidades menos activas como las míticas Mint o Debian y ya es toda una odisea. Y por supuesto, tienes que saber o estar dispuesta a enfrentarte a lo desconocido... y terminar recurriendo a alguien que sí que sepa. Desde aquí, un saludo a los informáticos con los que vivía durante la carrera.
Ahora el tiempo es un bien escaso, la paciencia es menor y si pasa en el ordenador de mis padres, tienen que esperar hasta mi próxima visita para resolverlo. De hecho, ese viejo equipo Samsung con Ubuntu está en la casa familiar criando polvo y mi madre usando su tablet y su móvil.
Por no decir que para ellos esa apariencia es "diferente". Y esa es otra a tener en cuenta: para gente que se desenvuelve bien con la tecnología y está abierta a cosas nuevas la curva de aprendizaje puede ser llevadera, pero Linux sigue sin ser para todo el mundo pese a que hay distros maravillosas desde el punto de vista estético.
Sucumbir a lo comercial tiene sus ventajas
En esas estaba yo cuando me topé con Chrome OS Flex, una iniciativa que apenas tiene un par de años y con la que he tenido la oportunidad de experimentar recientemente, cuando le di una segunda vida a mi MacBook Pro de 2014 con este sistema operativo que prácticamente lo convierte en un Chromebook. Aunque dispone de una versión Entrerprise para la que hay que registrarse y solicitar acceso, la doméstica puede instalarse sin problema.
Con mi ordenador con una década de vida la experiencia de instalación y uso por el momento es impecable, aunque con equipos viejos siempre hay un riesgo. No obstante, Google explica que es compatible para la mayoría de dispositivos Windows, Mac y Linux fabricados en los últimos 10 o más años y en caso de duda, dispone de lista de modelos certificados.
Si superas este primer trago vital, luego todo va cuesta abajo: Google lleva años apostando con fuerza por los Chromebook y esta iniciativa está pulida para ir moderadamente ágil con equipos modestos y/o antiguos y en caso de duda, dispone de sección de ayuda y soporte y el músculo de Mountain View a sus espaldas. En resumen, que no vas tan a ciegas.
Finalmente una cuestión que no es baladí: como millennial que soy a lo largo de mi existencia me he encontrado con Google hasta en la sopa y mis padres, con sus sesenta y pico años y poca tecnología a sus espaldas, también. Ver en el ordenador colores, iconos, aplicaciones y procedimientos que ya tienen en sus respectivos móviles y han integrado es una alegría porque la adaptación es mínima. Y lo mismo cuando me toca meterle mano a mi: no tengo que refrescar nada porque todo está fresco.
Portada | Eva Rodríguez de Luis
En Genbeta | Tenía un ordenador viejo que ya no usaba. Así le he dado una segunda vida convirtiéndolo en un Chromebook
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