Piensa una contraseña. Vale, ahora que esa contraseña se ajuste a los criterios del servicio en cuestión, añadiendo cifras, mayúsculas, símbolos y que tenga cierta extensión. Trata de recordarla. Repite el proceso para otra aplicación o plataforma. Y así con todos y cada una de las cosas que necesitan contraseñas, que son muchas: desde tu servicio de streaming a tu cuenta de correo pasando por esa tienda online. No es de extrañar que terminemos repitiendo claves (mal), que pequemos de simplificar o que recurramos a un gestor de contraseñas porque, para sorpresa de nadie, son demasiadas contraseñas para recordar.
Cada vez más conectada y con cada vez más nuevas contraseñas, que no solo se pueden olvidar, sino que también pueden atacarse o quedar al descubierto. En ese escenario llegaron la autenticación de doble factor y los sistemas biométricos, que evitan tener que recurrir a introducir las contraseñas en un dispositivo que permita identificarse con la huella o nuestro rostro. Y llegaron las passkeys, que Google ha implementado para sus cuentas, Apple ha hecho lo propio con sus servicios y desde hace un par de días, también Microsoft.
¿Qué ventajas ofrecen las passkeys? Son credenciales asociados al PIN o a sistemas biométricos, solo existen en los dispositivos y no en la nube, el procedimiento es más seguro. Asimismo y en caso de pérdida, robo o cambio del dispositivo empleado, puedes eliminarlo. Eso sí, no pueden extraerse ni exportarse, quédate con esto último porque es la clave.
Las passkeys son cómodas, pero tienen una cara B: la dependencia
Pero no es oro todo lo que reluce. Llevo un tiempo usándolas y me he dado cuenta de algo: no hay mejor forma de generar adherencia a un servicio que con las passkeys. Solo tienes que ofrecer un servicio para que la gente se olvide de sus contraseñas para acceder a sus aplicaciones mediante las passkeys y habremos caído en la trampa: si funcionan bien, ya no vas a querer otra cosa. Y si la quisieras, cambiar no será fácil, en tanto en cuanto tendrás que volver a empezar de cero.
Porque la realidad es que a día de hoy las passkeys todavía tienen bastante margen de depuración. Mi experiencia con las passkeys en Chrome y Safari, que tiran de un QR para que accedas con el teléfono, es notablemente mejorable a nivel de experiencia y con Android más de lo mismo, recurriendo sí o sí al servicio de Google.
Y esto suponiendo que todo vaya bien: hay hilos de GitHub de passkeys donde podemos encontrar personas que no pueden registrarse porque el espacio disponible para esta tarea está lleno (suele ser limitado) o da errores, generando incluso duplicidades y el borrado de credenciales buenas. ¿Cómo recurrir a una tecnología que quiere convertirse en predeterminada cuando todavía está tan verde? No es casual: cuando el interés principal es crear un ecosistema cerrado y dependiente por encima de solventar los problemas asociados a las contraseñas, surgen más problemas.
Las passkeys todavía están en fase de adopción, pero mi impresión es que fracasarán: había una oportunidad de oro para decir adiós a las contraseñas, pero la obsesión por atrapar a usuarios y usuarias para ganar cuota de mercado ha prevalecido por encima de la experiencia de uso, por lo que quedarán limitadas a un pequeño grupo de personas con ciertos conocimientos técnicos.
No os voy a engañar: me estoy volviendo a las contraseñas y tengo claro que, con todo el dolor de mi corazón, la solución más viable a día de hoy es tener un buen gestor multiplataforma que genere contraseñas y las guarde a buen recuerdo.
Portada | Foto de Volodymyr Kondriianenko en Unsplash
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