Hemos llegado a un punto en el que la privacidad plena, si estamos conectados a la red, prácticamente equivale a cero. Es una opinión cada vez más generalizada y, al mismo tiempo, una constatación creciente. Servicios que utilizamos diariamente, de todo tipo, acumulan líneas y líneas de información sobre nosotros. Saben mucho más de lo que creen muchos usuarios.
Cada clic, cada dato introducido, cada visita a una web, cada búsqueda e incluso cada movimiento físico puede estar viajando a través de internet a los servidores de una gran compañía que los empleará para diversos propósitos. Con cada paso digital, nuestra privacidad se diluye un poco más. Es así.
Este discurso puede sonar apocalíptico, evocar una lucha perdida, parecer una paranoia o sonar a pataleta por las reglas de un juego que se ha elegido jugar voluntariamente. Pero no deja de ser una realidad.
Administraciones que velan por la protección de los datos no dejan de fijarse en las grandes compañías tecnológicas y sus métodos, estudios ponen de manifiesto el desconocimiento del usuario medio sobre el rastreo al que llega a ser sometido, al mismo tiempo que observamos cómo la transparencia brilla frecuentemente por su ausencia por el lado de quien recolecta nuestra información. El último ejemplo lleva el sello de Google.
Falta de privacidad y transparencia una vez más
Hace apenas unas horas, Quartz publicaba una preocupante investigación de la cual nuestros compañeros de Xataka Android han dado buena cuenta.
Según la misma, un teléfono Android recoge información sobre la ubicación del dispositivo y la envía a Google incluso si los servicios de ubicación se han desactivado, no se ha utilizado ninguna aplicación y ni siquiera se ha insertado una tarjeta SIM de un operador. Siendo el usuario totalmente ajeno a ello.
Cada vez que tiene acceso a la red, registra y envía la ubicación de la antena de telefonía más cercana. Cada vez que se entra en el rango de otra, el terminal vuelve a repetir la operación. Esta dudosa práctica tiene lugar, apuntan en la publicación, desde principios de 2017 y afecta aparentemente a "todos los dispositivos Android modernos". A pesar de que la ubicación que se proporciona es poco precisa y se envía encriptada, si el teléfono está comprometido podría llegar a un tercero y mediante triangulación sería posible revelar la localización concreta. Sujetos sensibles podrían estar en peligro.
Tras comprobar la recopilación de datos, desde Quartz contactaron con Google y la compañía confirmó la práctica. Afirmaron que solamente se emplea para administrar notificaciones y mensajes push, aunque sin especificar cómo, y que nunca se usaron ni se almacenaron con otro fin.
El portavoz de los de Mountain View comunicó además que la recolección de información cesará próximamente, casualmente después de su descubrimiento.
La información es poder; en todos los casos
La máxima que precede estas líneas, "la información es poder", es más cierta que nunca en la era digital. Hablamos de poder, en el sentido más literal de la palabra, y también de dinero. De nuestros datos, desde nuestras búsquedas a ubicaciones pasando por gustos, hábitos de consumo u opiniones políticas, depende en gran medida el progreso de las grandes compañías de internet.
Su principal activo es la información que recopilan, si no cómo iban a sostenerse tan grandes servicios gratuitamente, y gracias a ella consiguen el éxito de los servicios que prestan a terceros. Hablamos de la publicidad, esencialmente.
La mayoría de los usuarios es consciente de que su ubicación es recopilada si tienen tal servicio activo en su dispositivo. La mayoría de usuarios acepta recibir publicidad personalizada con el uso de una red social en la que han manifestado sus gustos. Algunos no tienen tal consciencia, pero lo sepan o no han entrado en el juego aceptando unos términos y condiciones.
Siendo así, con los usuarios habiendo aceptado las reglas del juego de una manera u otra, ¿por qué no ser honestos? ¿Por qué no contar toda la verdad? La información es poder para ellos y debería serlo para los que estamos al otro lado. Como mínimo, a la hora de elegir qué datos sí queremos compartir o saber qué información sobre nuestra actividad va a ser registrada. Se trata de jugar limpio.
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