Hace unos meses leíamos la noticia de que Laura Kuenssberg, periodista de la BBC, era fichada por la competencia, ITV. El día de la rúbrica del contrato, Laura decidió cambiar su nombre en Twitter. Ya no iba a ser @ BBCLauraK. Ahora se iba a llamar @ITVLauraK.
Hasta aquí todo normal, todos podemos ponernos el nombre que nos apetezca en Twitter… ¿o no? El problema –sin duda, para BBC- es que, con solo teclear tres letras distintas, Laura Kuenssberg pasó a “engordar” la lista de seguidores de ITV. En concreto, con nada menos que 60.000 followers. El uso que hacía de su cuenta de Twitter era profesional en un porcentaje altísimo, por lo que venía con premio… para ITV.
Enrique Dans reflexionó sobre este asunto en su artículo “¿De quién es una cuenta de Twitter?” e incluso cita a Ana Pastor como ejemplo de Laura Kuenssberg a la española. Éste es el perfil en Twitter de @anapastor_tve:
Tiene su foto, el fondo en azul, el logo de su programa y el de la cadena… Muy bonito. Y muy corporativo. Sinceramente, no me imagino a Ana Pastor (excelente tuitera, por cierto) haciendo una creatividad en Photoshop para adecuar su Twitter a las líneas que vemos. Pero el caso es que, sea quien sea quien lo ha “decorado”, no hay duda de que es un perfil corporativo. Le identifica desde el primer momento y, además, siendo Ana Pastor un nombre no demasiado complicado de encontrar en España, le diferencia del resto.
Chica de la tele, a su vez, comenta en “Periodistas presos de sus medios” algo que me parece muy acertado y es que “los periodistas de reconocido prestigio llevan tras de sí un halo de credibilidad que los ciudadanos desconocidos no tienen, además de un seguimiento lo suficientemente grande como para que las noticias adquieran difusión de forma creíble e inmediata tan pronto se producen”. Y es cierto que, en parte se benefician de la marca que tienen detrás pero, ¿por qué unos lo hacen y otros no?
Sin entrar en términos legales, he de decir que me parece una soberana estupidez que una empresa quiera “secuestrar” uno de tus brazos comunicativos argumentando que éste le pertenece. Estúpido y de una cara dura impresionante. La labor que hace el profesional no es la misma que hace el medio al que sigue. Si así fuera, el público no le seguiría en, por ejemplo, Twitter, y simplemente bastaría con verle durante la emisión del programa en el que trabaje. Porque, puestos a buscarle tres pies al gato, ¿le compensaba económicamente la empresa (o ya ex empresa) al profesional por dedicarle horas de su trabajo diario a seguir informando de sus actividades en las redes sociales?
Personalmente, no usaría el nombre de mi empresa en mi perfil de Twitter. Y no lo haría porque, aunque lo use al 80% para aspectos relacionados con mi profesión, me haría sentirme mucho más atado de pies y manos (y también de dedos para teclear, en este caso), pero sobre esto, como sobre casi todo, hay opiniones para todos los gustos. En mi caso, no me gustaría encontrarme con una situación extraña en la que se me dijera “oye, que has tuiteado una foto tomando una cerveza con tus amigos en el perfil profesional”. Por eso, profesional, sí, pero delimitado por el trabajador que es quien, al fin y al cabo, hace uso de él.
Así que esos @alcalacope, @AS_Inako, @fmartinGIGANTES y compañía, ya sabéis, no acumuléis muchos seguidores, no vayáis a tener un disgusto. O, visto de otro modo, acumuladlos y veréis con qué sonrisa os reciben si decidís cambiar de empresa. Tal vez en el próximo artículo que leamos sobre este tema no haya que irse tan lejos como en el caso de Laura Kuenssberg.
En Genbeta Social Media del mismo autor: La “humanización” del profesional 2.0