Estos días estamos viviendo una situación inaudita. En China se originó un tsunami pandémico, y poco a poco desde otros países vimos cómo se iba acercando sin saber reaccionar a tiempo.
Y así nos encontramos a mediados de marzo, en un estado de alarma que ha obligado a millones de españoles a confinarse en sus casas, y esto está produciendo que nazcan hábitos que hasta ahora eran un tanto impensables.
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Por ejemplo, he escuchado que unos amigos han quedado para tomar un vermú por Skype. La gente ha empezado a probar aplicaciones de videollamadas grupales y todo tipo de juegos con multiplayer.
Es difícil analizar profundamente una situación cuando estás metido en ella y, sobre todo, cuando aún estás en sus primeras fases. Pero en estos primeros días de confinamiento ya he comprobado en primera persona como es imposible desconectar en un momento de soledad.
En mi caso, yo estoy pasando esta cuarentena a solas, y es en estos momentos cuando te das cuenta de la bendición y maldición que puede llegar a ser Internet. En todo momento puedes estar en contacto con todos tus seres queridos, tanto por mensaje de texto, audios de voz como videollamadas.
Esta comunicación hace que no te sientas tan solo, pero en algunos momentos se hace muy complicado digerir un contenido de lo más polarizado: millones de memes sobre papel higiénico, noticias alarmistas, conversaciones sobre si bajas a comprar o no, qué vas a cocinar o explicar por enésima vez cómo ha sido tu día dentro de cuatro paredes.
Nos estamos comunicando más que nunca, pero eso me hace preguntarme si: a) en la mayor parte de los casos es necesario y b) estamos hablando más pero, ¿estamos hablando mejor?
Hay muchas personas (sobre todo el personal sanitario) que está poniendo mucho en juego para intentar revertir y ayudar en estos momentos tan terribles. La mayoría de los mortales sólo tenemos una misión: estar quietecitos.
Debemos permanecer encerrados en casa ante un enemigo invisible hace que a veces sientas que es importante estar tranquilo y otros un miedo hasta ahora desconocido. Los mensajes, llamadas y videollamadas que he tenido reflejan esta dicotomía, y en alguna ocasión he sentido que he entrado en un bucle que no me sirve ni a mí, ni a la sociedad en general.
Obviamente, es necesario estar informado y en contacto con nuestros seres queridos, pero al mismo tiempo me pregunto sino estaremos desaprovechando una oportunidad para reflexionar, para convertir estos días de encierro en algo que pueda ser (en cierto modo) productivo.
Tiempo "libre" e improductividad
Cuando empezó esta cuarentena, en las redes sociales comenzaron a proliferar mensajes del tipo "aprovecharé esta temporada para leer los libros que tengo pendientes...enfrentarme a ese curso que siempre quise hacer o ponerme al día con una serie que tenía olvidada".
Irónicamente, muchos amigos me han confesado que tienen la sensación de que los días pasan sin que estén haciendo nada de esto, y que la mayor parte de su tiempo está invertido en estar siguiendo en tiempo real lo que ocurre en el mundo y comentar cada una de estas actualizaciones con otras personas.
Todavía estamos en los primeros días de cuarentena, y seguramente experimentemos una montaña rusa que dará muchos giros inesperados. También todavía es temprano para saber las consecuencias que traerá (económica y psicológicamente) esta crisis.
Sabemos que este virus se combate con solidaridad y quedándonos en casa. Esa es nuestra misión principal. Una vez cumplidos estos objetivos iniciales, quizás estemos a tiempo de analizar si estamos "aprovechando" este parón para ver si utilizamos Internet para comunicarnos de una manera saludable.
Preguntarnos si "más es sinónimo de mejor", o si es necesario establecer una serie de rutinas (al menos durante estas semanas) que nos ayuden a superar este bache saliendo lo menos perjudicados posible. Yo creo que nos va a hacer falta, ya que cuando todo esto acabe habrá que remar con más fuerza y ojalá podamos hacerlo más unidos.
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