Los desarrolladores somos los nuevos hechiceros de la sociedad. Condenados a estudiar de manera constante y diaria, a causa de nuestra inagotable ansia de conocimiento. Y orgullosos de construir sistemas que se implantan y utilizan en todo tipo de escenarios; a lo ancho, largo, alto y profundo de nuestro mundo (y más allá).
Es decir, los desarrolladores hacemos que muchas cosas funcionen gracias a nuestra capacidad intelectual; recibiendo a cambio, una invaluable dosis de satisfacción cuando nuestras criaturas – paridas con dolor y sufrimiento – llegan a producción y se utilizan.
Por eso llama poderosamente la atención la cantidad de tiempo que se puede perder – y se pierde – en estériles discusiones entre profesionales, que llevan a los extremos la defensa de sus ideas.
Ego y prepotencia
Prácticamente todos podemos reconocer que alguna vez el ego y la prepotencia nos ha cegado y hemos caído en una defensa numantina basada en que nuestro conocimiento es superior y no hay resquicio para que nadie pueda saber de algo que no conozcamos aún mejor.
Alguno de los síntomas que indican que estamos metidos en esta dinámica es el tomarnos a mal cualquier opinión contraria, por leve que sea, a la que tenemos plena certeza; el uso común de las palabras siempre y nunca “yo nunca he hecho eso” como argumento suficiente para dar por zanjado un debate; contestar siempre con una coletilla de valoración personal del contrario “solo los ignorantes pueden pensar así”; que nos escueza en la boca del estómago el que alguien “te pille” en un renuncio, error u omisión; u olvidar rápidamente el motivo del debate para convertirlo en una batalla personal.
La noticia buena es que esto se cura con autocrítica e intentando corregirnos cuando nos reconocemos alguna de las señales de que el ego nos está llevando a la prepotencia.
Menosprecio por desconocimiento
Algunas veces aseguramos cosas con rotundidad, basándonos en la confianza de lo que sabemos. Es más, algunas veces es obligatorio hacerlo así para trasmitir “expertise”.
Pero siempre hay mucho más de lo que conocemos, y es fácil caer en el menosprecio de otras opiniones a causa de nuestro propio desconocimiento.
De forma desesperante, cuanto menos sabemos y más nos creemos que sí, más despreciamos las opiniones de los demás y entramos en comportamientos que harían hacer perder la paciencia al Santo Job.
Cuando se rebasan los límites del ciber espacio, se pierden amistades y relaciones en discusiones estériles y banales
Un ejemplo sería el encontrarse a clientes o compañeros que no tienen idea de programar y que “se atreven” a opinar sobre temas técnicos. Lo que produce, en la mayoría de los casos, un rechazo especialmente virulento, en donde no hay resquicio para intentar descubrir cuál es el mensaje que intentan hacernos llegar.
O, siendo un referente de alguna comunidad técnica, algún “mindundi” se mete en el fregado de ir en contra de nuestra opinión, encontrándose el inconsciente con descalificaciones personales no solamente por el “Guru”, sino además por el jaleo continuado de los palmeros de turno.
En ambos ejemplos, nos olvidamos que todos somos ignorantes en casi todas las cosas relacionadas con nuestra profesión, y que la inmensa mayoría repetimos lo que otros han diseñado, descubierto o construido.
Es decir, aquí no hay gurús y, como mucho, tuertos en tierra de ciegos.
Este tipo de actitudes son muy complejas de corregir porque no somos conscientes de todo lo que nos falta por conocer, porque no tenemos paciencia para darnos cuenta de lo que podemos aprender y, porque al creernos realmente que sabemos más que nadie, nos enganchamos a esa sensación dulce de superioridad y reconocimiento. Siendo, como toda buena droga, muy duro darte cuenta de que “eres mortal”.
Talibanismo y Fanboismo
Ambos términos tratan sobre la defensa radical, emocional e irracional de una idea o conocimiento (tecnológico en este caso). Siendo el fanboismo lo mismo pero relacionado a una marca comercial.
La característica principal que señala que hemos caído en esta estéril posición, es el uso profuso y continuado de tres tácticas de discusión:
“No hay mejor defensa que un buen ataque”. Nada más empezado el combate, ya que así lo vemos cuando estamos en estas posturas irracionales, se entra a atacar de forma inmisericorde la calidad profesional, técnica, personal y todo lo que sea necesario, de nuestro enemigo. Casi todo vale y, en caso extremo, entramos en una dinámica “Hater”.
“Y tú más”. Da igual que estemos discutiendo sobre un agujero de seguridad del tamaño de una catedral, o prácticas monopolísticas deplorables: el enemigo es mucho peor y es culpable. Lo que hace, milagrosamente, que la crítica a nuestro objeto de defensa se diluya y desaparezca.
“Al enemigo ni agua”. No se quiere ni vencer, ni convencer. Se quiere destruir al enemigo. Por lo cual el dicho de “se ve más la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio”, se lleva a proporcionas monstruosas. Y las acusaciones de traidor, vendido y – a su vez- de talibán y fanboy, se suceden de forma reiterativa y cada vez más ofensivas.
Por alguna razón, casi siempre la discusión está a punto de finalizar cuando se llega a los términos tan manidos de “derechos” y/o “fascismo”.
Este tipo de actitud, en la informática, comúnmente las corrige el tiempo y la dura realidad de que no hay “pepitas de oro” que siempre estén indemnes e impolutas. Y más, porque casi siempre las marcas o tecnologías, siguen su camino sin importarle lo más mínimo las opiniones de los defensores de la pureza extrema.
La ley de la jungla en las redes sociales
Si añadimos gasolina a un fuego, lo más seguro es que acabemos más que chamuscados y con un incendio de proporciones preocupantes.
Algo parecido sucede cuando ejercemos o sufrimos cualquiera de las actitudes anteriores en una red social. Sea Facebook, listas de correos, foros, chat o el rey de los “flame”: twitter.
Lo que empieza como una diferencia de opiniones, escala rápidamente a un maremágnum de insultos cada vez más gruesos, a donde se van uniendo de forma entusiasmada hordas de contrincantes, palmeros, trolls y haters.
En menos de lo que canta un gallo, decenas o cientos de mensajes, llenos de muy mala baba, cruzan el ciberespacio, olvidado el fondo del asunto y – sobre todo – las formas.
Y es que la comunicación en la red está basada en el espejismo del lenguaje políticamente correcto. Lo que es difícil de cojones (un ejemplo de lo que no es), y resultando extremadamente fácil herir cualquier susceptibilidad de los receptores del mensaje.
Cuenta hasta diez, no dejes que la ira o la sed de justicia/venganza te ciegue y lamentes lo escrito
Resulta complicado escribir una opinión en una red social sin que alguien se sienta ofendido, molesto o enfadado por alguna parte o la totalidad de lo afirmado. Porque, ante la duda y aún con la ayuda de los smiles, siempre entenderemos lo negativo, nunca lo positivo.
Al igual, es un deporte con altas recompensas para nuestro ego, el encontrar de forma inevitable aquellas opiniones a las que hacerle aclaraciones, puntualizaciones e ironías. Con más o menos elegancia, a muchos nos encanta enmendar la plana o demostrar que somos los que más sabemos.
Incluso, si no es ese el espíritu de la respuesta y realmente queremos aportar nuestro punto de vista o experiencia que pueda enriquecer un debate que nos gusta, hay una gran posibilidad de que sea entendido como una actitud prepotente, directamente proporcional a la egolatría de los lectores del hilo.
Por supuesto estoy dejando fuera de toda duda el que no pertenecemos a ninguno de los dos grupos realmente dañinos en las redes sociales:
- Los Haters, u odiadores. Que lean lo que lean, lo retuercen para atacar con todo su odio a su contrincante/enemigo.
- Los troll. Personas profundamente desequilibradas que disfrutan y se nutren de poner de los nervios a todas las personas participantes en una conversación. Consumiendo y nutriéndose con avidez de los insultos recibidos, y regodeándose en el desprecio que producen.
Conclusiones
Si eres lector habitual de GenbetaDev, te habrás percatado que no estoy escribiendo en primera persona, como es habitual, sino en la segunda persona del plural. Porque, he de reconocer que, como participante asiduo en redes sociales, en algún momento he vivido y he actuado de todas y cada una de las actitudes descritas.
Y mi amarga conclusión es: no vale la pena.
Hay que tener la mente clara y fría antes de entrar en un debate que se pueda convertir en una discusión. No es normal que se traspase lo límites del ciber espacio, pero cuando ocurre se pierden amistades y relaciones en el mundo real. Y eso es un precio muy alto a pagar por una discusión que, casi siempre es efímera y banal.
O sea, en mi caso, que es el único en donde me atrevo a dar consejos, una autocrítica constante y tratar de contar hasta diez antes de lanzar una contundente y descarnada respuesta o crítica, es el único camino que veo para dejar de estar metidos en “Saraos” que me drenan tiempo de una forma absurda.
¿Tú qué piensas?