Los locales que ponen música comercial deben pagar a la SGAE. Las tarifas suelen variar en función de ciertos parámetros, entre los que se encuentra el tamaño del establecimiento. Pero a la SGAE, cuyos recursos para sostener un juicio tras otro parecen no tener límites, eso no le sirve.
En 2007, un bar recibió la visita de un miembro de la SGAE que le instaba a pagar la tarifa correspondiente por derechos de autor. El propietario pronto cayó en la cuenta que la cantidad que debía abonar se correspondía con un local de unos 150 metros cuadrados, lo que contrastaba con el tamaño de su bar, de tan solo 90 metros.
Hemos tenido que esperar hasta 2011 para conocer la sentencia del juicio que se formó a raíz de la negativa del propietario a pagar una cantidad que no le correspondía. David Bravo (que nos cuenta este caso) fue el abogado defensor del demandado. Afortunadamente los jueces le han dado la razón.
Ante la negativa de pagar, la SGAE demandó al propietario y le reclamaba los 4.692,62 euros que debía abonar por la música más los costes judiciales que se derivan de dicha demanda, lo que sumaba más de 6.000 euros. Las razones que daban para no pagar eran muy sencillas, el bar no era un discoteca ni tenía 150 metros cuadrados. Por tanto, la tarifa que realmente le correspondería, sería de algo más de 1700 euros.
Bravo cuenta que intentaron llegar a un acuerdo ofreciendo la cantidad que ellos consideraban justa, pero no lo aceptaron y se llegó a juicio.
La cuestión sobre el tamaño fue rápidamente rebatida, al mostrar la defensa un plano de un arquitecto que demostraba que el local no excedía los 90 metros. Pero entonces las razones para cobrar esa cantidad derivaron en otras que se mire por donde se mire, son absurdas.
Argumentaban que el local cerraba a una hora similar que las discotecas, con lo que eso le convertía en discoteca y debía pagar en consecuencia. De ello se podría deducir que el local incumple los horarios preestablecidos, pero no tiene sentido asegurar que eso le convierte en una discoteca. La otra argumentación era que el bar disponía de una bola de espejos típica de las discotecas, a lo que un trabajador del establecimiento declaró: "mi cuarto de baño tiene una de esas bolas y estoy casi convencido de que no es una discoteca".
Obviamente, el juez le dio la razón al dueño del bar obligándole a pagar únicamente la cantidad que ellos habían ofrecido desde el principio.
La SGAE podría haber cobrado la cantidad justa en 2007, sin ningún problema, y se habría evitado cuatro años de gestiones y gastos inútiles en abogados e inspectores.
El único sentido que le veo a estas prácticas es el de intentar amedrentar a los propietarios de estos locales amenazandoles con juicios, para que paguen cantidades mayores a las legalmente exigibles. Probablemente a veces les salga bien, pero esta vez no.