En medio de este homenaje al Titanic que vienen brindando los grandes medios de comunicación desde ni se sabe cuándo, con ese goteo de expedientes de regulación que nunca acaba, uno no puede evitar pensar en la brecha digital, en el camino que se abre para todos los profesionales que ahora ven perder sus puestos de trabajo y en la oportunidad que tenemos todos de beneficiarnos de este cambio.
Mucho antes de que existieran los nouvellistes en Francia y los menanti en los reinos y repúblicas de Italia, mucho antes de las notas públicas de Roma y las crónicas griegas, en cada cultura había existido un interés por conocer los acontecimientos que suceden. Y desde aquel primer ser que trazó una pintura rupestre para explicar cómo le había ido el día en el trabajo, la profesión de contar lo que pasa ha abordado renovaciones y más renovaciones. Y en eso no estamos sino que seguimos.
En los tiempos que corren hay algo que se repite hasta la saciedad, pero que es cierto: La crisis es sinónimo de oportunidad. Y en esto, los profesionales de la comunicación que ahora suben a los botes salvavidas tienen todo un panorama por delante que para sí quisieran algunos de los capitanes de estos barcos que ya no pueden eludir el iceberg por más tiempo.
La muerte del periódico tradicional no es algo que se haya inventado este último año, ni siquiera este mismo siglo, sino que se viene anunciando desde hace 40 años como poco. El estudioso de medios Ross Dawson publicó en octubre de 2010 un atrevido pronóstico sobre la extinción de los periódicos que muy oportunamente han recordado quienes abren un manifiesto posperiodístico muy necesario en los tiempos que corren, y que revela un paisaje desalentador… para quienes viven de vender papel.
La muerte del soporte, no la muerte del profesional
¿Quién dijo que vender papel equivale a ser periodista? A medida que se consolida internet como fenómeno de masas, se abren nuevas oportunidades en el periodismo. Estamos asistiendo al nacimiento de nuevas profesiones que van asociadas a las tareas de creación de contenidos, visualización de datos y filtrado de información. Hay mucho volumen de información, y hoy más que nunca resulta básico que exista gente especialista en seleccionarla y canalizarla.
Esa es la función irrenunciable del periodista. Se habla mucho del intrusismo laboral en el mundo de la información, como si no fuera esta una profesión históricamente unida a un escenario de expertos en comunicación que abordan diferentes facetas en el ejercicio de la multidisciplinariedad característica del arte de contar cosas, y como si nunca el periodismo se hubiera aprovechado del buen saber hacer comunicativo de científicos, artistas o literatos que además de entender de lo suyo, sabían explicarlo a los demás.
Es más… ¡Como si todo lo que hacen los periodistas fuera periodismo! La teórica gracia del cuarto poder consistía en dejar a los profesionales de la información operando al margen de los otros tres. Desde el momento en que alguien decide someter el periodismo a otros dictados que los propios de contar las cosas que pasan, con las virtudes y carencias propias de los seres humanos que elaboran las informaciones, desde ese momento difícilmente se puede hablar de periodismo. Hablemos de publicidad en el mejor de los casos y de propaganda en el resto.
Hoy el temor parece venir de internet, un espacio global compuesto por micromedios que algunos ven como una oscura nube en la que cualquiera se cree periodista, sin reconocer en el tuitero con smartphone a un corresponsal que desinteresadamente nos está acercando la información de primera mano, sin más contaminaciones que las propias de estar siguiendo la noticia a pie de pista.
Lo del hundimiento de la prensa y la mirada puesta en la red recuerda a lo que ocurre en el mundo de la industria cultural, donde lo que se acusa realmente es el fin de los intermediarios y no tanto el fin de la función que desempeñan, que pasa a manos de otras personas, generalmente más cercanas al creador de contenidos. En cualquier caso, que un simple tweet resulte más informativo que muchos editoriales de sesgo evidente da una idea de quién mata realmente al sector.
¿Hay algún periodista en la sala?
Cuando el agregador de noticias menéame llevaba medio año de vida en la red, hablé con un profesor que había tenido en la Facultad de Ciencias de la Información. Después de década y media de no saber nada el uno del otro, nos encontramos en el que entonces era mi blog personal y ya por email estuvimos comentando el uso que la gente le daba a los medios digitales. Le hice ver mi estupefacción por que en menéame, por aquel entonces, no se vislumbrara atisbo alguno de periodistas o de protoperiodistas sentados a aquella mesa de redacción virtual que minuto a minuto decidía qué era la actualidad.
Era un tremendo error, le dije, porque el nuevo periodismo vendría de la red, de los usuarios, y – visto desde fuera – en el sector parecía que nadie se había enterado de qué iba la fiesta. Hoy sabemos que era así, que los medios tradicionales buscaron la fidelización de su público a golpe de cartilla de cupones, como si de unos grandes almacenes de los años setenta se trataran. Seguramente pensaban que era mejor eso que dejar de dar la espalda a sus lectores, dejar de tratarlos como a memos coleccionistas de cuberterías y considerarlos de una vez como la única razón de su existencia.
Hace un par de días, Julio Alonso hablaba del poder de la emoción a raíz de un artículo escrito por el coordinador de Motorpasión, Javier Costas. La reflexión la veo como un aviso a naufragantes. Hay vida más allá de los medios tradicionales, pero la clave está en hablar de tú a tú con el lector, con el amateur de la temática, con el amante de la temática. Despojarse del púlpito es un ejercicio tan sano como fundamental para entender el nuevo periodismo, que no se llama a sí mismo periodismo pero que acaba realizando funciones muy similares a las del periodismo más ancestral: contar las cosas que ocurren.
¿Hay vida para el periodista más allá de la agonía de los medios de comunicación tradicionales? Sin duda. Esto no es más que una nueva vuelta de tuerca a la profesión de contar cosas. Periodistas han hecho y harán falta siempre. Lo que quizá no sean tan necesarios son los intermediarios que hasta ahora firmaban sus contratos, contratos que han resultado ser papel mojado. Los periodistas, mientras sepan hablar de lo que realmente les atrae, tendrán trabajo por hacer.
Acabo con una reflexión que me hizo hace casi 30 años una persona muy especial:
No es mala profesión porque, incluso si el mundo entero se hunde, siempre hará falta alguien para contarlo.
Esto fue lo que me dijo mi madre, con una lógica un tanto extraña, muy de mi madre, cuando de pequeño le confesé que quería estudiar Periodismo. Hoy no me dedico a esa profesión. Por ahí dicen que soy blogger, aunque tampoco sé muy bien lo que eso significa – y en Hacienda y en la Tesorería de la Seguridad Social, tan digitales ellos, menos aún. Sólo sé que esta es la única etapa de mi vida en la que vivo de lo que escribo, vivo de mis textos, vivo de contar a mi manera las cosas que ocurren. Como periodista de un medio tradicional, dudo que hubiese podido hacerlo.