Si no fuera porque da pereza, casi podríamos comenzar a plantearnos la posibilidad de crear una sección con las perlas de José Ignacio Wert, ese hombre. Las tres que he leído en las últimas horas son de esas que no se pueden pasar por alto, las unas por atávicas y las otras por sorprendentes:
Como los creadores no son ángeles ni funcionarios, si no somos capaces de proteger el trabajo creativo a través de una garantía de la propiedad intelectual, estos creadores dejarán de crear para empezar a trabajar en una correduría de seguros, por ejemplo.
Como punto de partida para un debate inexistente, la frase suena a posición más vieja que el sol. ¿Cómo puede un ministro de Educación, Cultura y Deporte ignorar deliberadamente que hay creadores que realizan su función, que realizamos nuestra función, sin más garantía de la propiedad intelectual que el derecho a la autoría y a percibir un salario por la obra generada?
Sigamos con su argumentario, a ver por dónde salimos…
Queremos fomentar una cultura de descarga legal y estimular a las industrias culturales a que encuentren un modelo de negocio en el que la protección a los derechos de propiedad intelectual sea compatible con algo que el consumidor se ha acostumbrado a considerar un derecho, y problablemente sea así, que es lo que en inglés se llama convenience. Es decir, que sea cómodo y que esté puesto en precio.
Mire, eso sería estupendo. De hecho, creer que quienes se descargan contenidos lo hacen porque son malas personas y lo quieren todo gratis es no comprender una buena parte del problema, que radica en la dificultad que a menudo ponen los intermediarios para que accedamos a los contenidos. ¿En serio tengo que comerme una hora de publicidad por una película? ¿En serio debo esperar meses para ver algo que en otro país se emitió el otro día? Y esos son sólo un par de ejemplos escogidos al azar.
Eso sí, el asunto que me escama, y mucho, de lo que dice Wert está en que el acceso a las obras se gestione a modo de oligopolio, sin garantizar una mínima competencia que beneficie al usuario final, convertido en cliente sin derecho siquiera a la pataleta, de modo que al final se encuentre a merced de las decisiones de unos pocos sobre el enorme pastel de los productos culturales.
Esa teoría que dice que, a diferencia de la propiedad física (donde la división merma el producto) en la intelectual se multiplica, me parece un argumento de una calidad lógica francamente mejorable, por no entrar en la calidad moral. Confío en que se pueda hablar con la gente y desacostumbrarla a hábitos adquiridos.
Vaya, yo que creía que estábamos llegando a algún punto… y ahora veo que no. La frase final es de las que marcan todo un cliffhanger antes de fundir a negro y lanzar los créditos del capítulo de hoy. ¿Que el argumento es carente de lógica? ¿Que prefiere no entrar en la calidad moral? Bueno, seguramente en esto último ya está bien que no entre. Para hablar de estas cosas en serio, hay que dominar el tema.
Vía | Ibercrea