Unas anécdotas en primera persona de cómo fue comenzar a viajar el mundo en 2008 y durante muchos años, enganchada a un PC para hacer mis tareas
Tengo una hermana con la que no llevamos varios años de diferencia. Un día, allá por 2012, cuando ella apenas tenía unos 10, edad en la que es más común repetir lo que escuchas de tus padres, le comentó, a modo de queja, a unos amigos míos que yo me pasaba muchas horas al día en el ordenador. Cierto era, no lo voy a negar. Mi amiga le dijo: "pero, ¿sabes que Bárbara trabaja con el ordenador y eso le obliga a estar muchas horas escribiendo en él?".
Mi hermana solo repetía la frase constante de mi madre. El ordenador se relacionaba mucho con jugar a juegos como Farm Ville, con el ocio, con chatear con amigos y amigas que estaban lejos, con mirar fotos en Tuenti, subir historias en el Fotolog (es verdad que ya por 2010 no era tan común, pero yo había sido una fiel usuaria) o en el Facebook....
Y si bien es cierto que yo hacía muchas de esas actividades que he mencionado, también trabajaba online (no trabajaba a jornada completa como ya os expliqué el otro artículo), estudiaba a distancia (hice tres posgrados por la UNED en 3 años) y también llegué a hacer voluntariados online como escribir para una revista europea sobre Sarajevo (una de mis ciudades favoritas del mundo y que arrastraba su fama en torno a la guerra, dejando de lado sus virtudes de cara a la opinión pública), o ayudar con las redes sociales a un colectivo ecologista de Bogotá.
Mi sueño de vida hecho realidad
Todas esas horas que giraban en torno a mi PC y por la que mi familia clamaba que pasaba demasiado enchufada al aparato este, me daba toda la libertad que yo quería y necesitaba para tener la vida con la que había soñado cuando estaba en la universidad: poder vivir en muchos países, aprender idiomas y culturas y también pasar temporadas en mi tierra asturiana sin tener que renunciar a seguir desarrollándome profesionalmente...
Algo que yo, a comienzos de la década del 2000 pensé que sería difícil pero que fue y es una realidad gracias a las tecnologías. Vamos, que aunque ahora esté de moda, yo fui nómada digital cuando nadie lo era.
Y, como hemos visto, mi familia, conocidos y muchos vecinos de la generación boomer e incluso millenials no entendían realmente que yo estaba trabajando. Aunque yo no les pidiera dinero y fuera independiente, era para mucha gente (aún me pasa ahora) difícil de comprender que yo trabajaba todos los días aunque a veces estuviera en Tailandia, otras en Sarajevo, casi un año en diversas ciudades de Marruecos, a veces con una mochila a la espalda recorriendo Sudamérica y otras en mi pueblo.
Cómo decidí teletrabajar
El periplo empezó en 2008. Hacía prácticas en una empresa como periodista y me propusieron quedarme en la oficina cuando me graduase. Pero yo, tras cinco años estudiando fuera de mi preciosa Asturias y cansada de una gran ciudad cada vez más cara, a pesar de cada vez había también más crisis, rechacé la propuesta.
Primero, mi sueño tras cinco años de mucho esfuerzo, era pasar una temporada en mi casa. Segundo, tras estar en casa quería recorrer el mundo, yo ya había estado aprendiendo idiomas que quería mejorar y tenía otros pendientes por aprender. Y tercero, quería seguir formándome.
No quiero sonar aquí como una coach del "si quieres puedes", "lo único imposible es aquello que no intentas" y bla bla bla (que ya bastante tenemos a esa gente colándose en los reels de Instagram) pero sí tengo claro que si algo nos apetece mucho como ser nómada digital, con la tecnología y con un pasaporte que te dé libertad de movimiento, lánzate a esa piscina.
Hace unos días en mis vacaciones, alguien me preguntó a qué me dedicaba y cuando lo comenté, otra persona dijo: yo eso no puedo hacerlo porque soy madre. La verdad, no me salió comprender la "excusa" porque he recibido decenas de alertas de lo imposible que es. Sobre todo cuando decidí ser nómada digital en los comienzos y la gente se cree con el derecho de opinar sobre tus decisiones (más cuando eres mujer y joven) aunque no tengan nada de experiencia en ello.
Otros decían que para ellos sería imposible porque "ya tengo 25 años, esas locuras no las puedo hacer" en relación a que estar fuera del foco laboral, el de la oficina, el de estar en contacto con los jefes, les podría perjudicar laboralmente y con esa edad no se podía arriesgar. Cierto es que yo me lancé a esa piscina sin tener nada claro qué pasaría.
La decisión de teletrabajar
Lo bueno es que en 2008 trabajar, estudiar, aprender y viajar (o estar en cualquier lugar) eso ya era compatible, más o menos: y era gracias al teletrabajo. Bien es cierto que lo que podían ofrecerme en la gran ciudad eran más horas y mejores condiciones. Porque ir a ruedas de prensa era esencial. Nadie hacía encuentros online.
Por ello, cuando comencé a teletrabajar en un medio, al principio, podían ofrecerme solo una vacante que había para cubrir los fines de semana (con el paso de los años las horas crecieron las horas, pero eso yo no lo sabía en ese momento que por el medio también me quedé sin esa colaboración de un día para otro, porque siendo autónoma, una empresa no tiene que rendirte cuentas).
Me sirvió esa propuesta inicial que combinaba con un curro esporádico en un bar de camarera. E incluso ese año también estudié un posgrado a distancia, en la UNED, si bien es cierto que lo poco online que hacíamos era mandar mails y los trabajos para los que había que buscar información o hacer entrevistas por Skype, ya que mucho aun se leía en papel.
Es cierto que no tuve mucha estabilidad laboral, pero era 2008, la primera gran crisis que hemos soportado los millenials, y que estábamos todo el mundo con estos problemas. También los que se habían quedado en la gran ciudad para asistir a todas las oficinas que hiciera falta.
Y, aunque la decisión (trabajo tiempo completo en una oficina, haciendo contactos en la ciudad vs trabajar en remoto unas horas y encima fines de semana, siendo autónoma, por lo que el sueldo quedaba escaso) parezca absurda-y más en plena crisis de 2008-fue la mejor de mi vida. Yo soñaba con vivir en diferentes países, aprender idiomas y conocer muchas culturas.
Yo pensaba que sería dificil, que viajar sería una tarea de un par de años a lo máximo para luego volver al mundo real de generar ingresos, desarrollarme profesionalmente y cotizar. Pero resultó ser un modo de vida durante cerca de 10 años (últimamente ando más calmada aunque podría mudarme si quisiera). Todo gracias al teletrabajo.
Tras estar en casa unos meses, pude mudarme a Suiza, a la ciudad de quien era mi pareja, hice prácticas en Naciones Unidas en Alemania, donde no te pagan ni un euro, viví en varios países que me llamaban la atención y recorrí otros con una mochila a la espalda de pueblo en pueblo.
Encontrar Internet en el mundo en la década de 2010
Ser nómada digital cuando nadie más lo era, podía llegar a ser muy estresante. La conexión a Internet en la década de 2010 no siempre era óptima ni estaba por todos lados, y menos cuando decides vivir en países que no conoces de antes (y de los que no sabes lo que te vas a encontrar). Bien es cierto que habían sido esos unos años de muchos cambios (empecé a la universidad en 2003 usando disquetes y con un primer portátil inmenso que pesaba tanto que de portable tenía poco) y esos cambios tecnológicos de los comienzos del 2000 fueron de enorme ayuda.
Me sorprendió gratamente, de hecho, que teletrabajar no era tan tan dificil como pueda parecer en países como Marruecos, Bosnia y Herzegovina o Vietnam hace 10 años. Aunque sí me vi muchas veces en lugares bastante incómodos porque tenían wifi, como sentada en el suelo de una estación de tren en Bangkok, llena, porque no encontraba ningún lugar con Internet cerca; en cibercafés con 50 grados de calor (por el clima del país y por los PC dándolo todo) sentada durante horas en Nicaragua y rodeada de chicos muy jóvenes gritando jugando a videojuegos, porque de repente estabas en un pueblo con un WiFi demasiado lento o escaso... y como hay cosas que no necesitan internet, también pude aprovechar lugares desconectados, como viajes en barco, para hacer algunas tareas como reportajes largos y que no eran para publicar en el momento y que me permitían escribir sin tener acceso a internet.
En 2011 me mudé a Bosnia y Herzegovina. El gran reto ahí era lo dificil que era en ese momento hacer un contrato a corto plazo para tener Internet o conseguir formas alternativas de tener internet en casa que no fuera un contrato anual y con un rollo enorme en el proceso de contratación. Mis compañeros de piso y yo no íbamos a estar allí un año. Entonces usábamos el Internet de nuestros caseros, que vivían en la casa de al lado. Eso se traducía a trabajar en el patio por el poco alcance de la red. Había días que no estaba mal, pero el clima en Sarajevo es muy variable y, de repente, en abril cayó una nevada extrema y en mayo no paraba de llover así que hacía dificil hacer del patio una oficina.
Lo sorprendente en Sarajevo es que ya en el año 2011, todas las cafeterías con estética moderna tenían WiFi y te permitían conectar tu enchufe por horas. Algo que en otros lados no era tan común y arrastraba a la gente a poder hacer esto en un Starbucks.
A finales de 2011 me mudé a Marruecos donde pasé 8 meses. Allí lo común para conectarse a internet era un USB recargable con tarifas muy baratas y según las necesidades (por un día, semana, varios días...). Sorprendentemente, hace 10 años, podía viajar en autobús de un lado a otro del país haciendo mi trabajo online gracias a ese USB.
Me sorprendió gratamente ver que trabajar desde Marruecos en 2012 online no era tan difícil como podría parecerme antes de ir y eso me permitió moverme mucho por el país (cambié mis planes iniciales, de estar en una ciudad, a estar de un lugar a otro varios meses). De hecho, de los peores lugares para acceder a la red fue una casa en la que viví en el centro de la turística Essaouira un par de meses, en la que solo me llegaba la conexión si estaba sentada en la terraza en el ático del edificio.
Es verdad que en Marruecos la vida en invierno es más cálida, pero no tanto como par estar horas allí sentada. Y que mi portátil, adquirido en 2009 ya tenía una batería que necesitaba de un enchufe a menudo. Entonces era bastante incómoda esa parte.
Hace unos meses volví a Marruecos a visitar a mis amigos, con los que yo convivía allí. Una de las primeras cosas que un gran amigo comentó a mis acompañantes en el viaje fue: Bárbara se pasaba muchas horas con el ordenador y se reía mientras me imitaba. Para este gran amigo, que es un profesional de las artes marciales y que tiene un club deportivo, verme tantas horas sentada frente al PC allá por 2012 (pasé temporadas viviendo en su casa porque en Marruecos la gente es maravillosa y te hace parte de su familia en seguida) le resultó, claramente, muy chocante.
La necesidad de organizarse bien
En 2013 viví en Hanoi y luego viajé varios meses por Asia. Si ya es dificil aplicarse día tras día para llevar a cabo nuestras obligaciones cuando estamos en casa, más puede serlo cuando estás en algún paraíso rodeada de personas que están de vacaciones o de año sabático viajando el mundo.
No es tan fácil estar en un hostal con gente que se ha hecho tu amiga y que se vayan un martes a hacer rafting a un rio precioso y tú decir: no, yo no puedo y quedarte delante del PC horas. Es decir, corres el riesgo de estar rodeada de muchos estímulos y actividades, pero si te organizas bien, podrás, aunque no hacer todo, por lo menos disfrutar de las horas de no trabajo haciendo actividades nuevas y aprovechar los fines de semana para estar cerca de naturaleza en sitios que van a necesitar toda tu energía para disfrutarlos al máximo.
Es como llevar una rutina de trabajo, pero el ocio de las tardes va a ser apasionante.
También es común ver fotos de gente trabajando en paraísos, pero aunque parezca un sueño no lo es realmente: tú quieres estar descansando y bañándote en la piscina o en la playa, y en realidad tienes que pasar horas y horas escribiendo y cumpliendo obligaciones o con llamadas y mensajes que pueden ser muy estresantes, como en cualquier oficina, como en cualquier lugar.
Idílico sí es el momento en el que acabas y tienes la oportunidad de hacer tu ocio en lugares paradisíacos. Pero, por muchas fotos que nos vendan de gente trabajando delante de paraísos como un relax total, el trabajo es trabajo y requiere mucha concentración y disciplina.
En una ocasión, fui a la isla de Mabul, pegada a Borneo, en Malasia. No sabíamos si habría alojamiento. Otro inconveniente en aquel momento era que en Internet no encontrabas tantísima información como pueda haber ahora. Así que a veces llegabas a los sitios sin estar tan segura de la infraestructura que podías encontrarse. En Mabul, paraíso del buceo, eran todo hoteles de lujo lo que se anunciaba en las webs y había uno menos caro. Al llamar dijeron que estaba lleno pero que a veces a última hora había gente que podía irse. Era el día antes de llegar. Lo que sí nos dijeron es que había cafetería abierta a todo el mundo y con WiFi.
Yo tenía la visita por Asia de dos grandes amigas asturianas así que las animé a irnos sin saber si teníamos alojamiento. A mí solo me preocupaba tener WiFi, la verdad sea dicha. De malas, siempre podíamos dormir en una playa o hablar con alguien local y pagarle para quedarnos en el suelo de su casa si llovía. Mi experiencia me había llevado a arriesgar muchas veces y a nunca, nunca quedarme sin alojamiento (hubo una vez en una ciudad bosnia que no podíamos llegar a nuestro destino final porque los taxistas no querían hacer ese viaje a esas horas y acabamos logrando una casa del primo de un taxista por cinco euros cada persona).
Finalmente, al llegar a la maravillosa isla de Kabul, tras un viaje en barco bajo una tormenta demencial, un señor local que estaba por la playa nos contó que tenía un hotelito. Era precioso, al lado del mar y muy básico. Lo que no había en el otro hotel (el de la cafetería abierta a todo el mundo) era un WiFi decente y tampoco en el hotelito del señor. Era prácticamente imposible que la Red funcionase. No pude ni publicar una noticia. Y no encontré nada más donde conectarme, porque los hotelazos caros estaban cerrados al gran público.
Dormí en la isla porque ya no había barcos de vuelta y al día siguiente volví a tierra para hacer mis labores. Cuando se lo conté a la editora de la web donde trabajaba, me dijo que en una circunstancia así podía haberme quedado en la isla, que era ocasional, que yo siempre cumplía y que por una vez no pasa nada. Pero bueno, me quedé más de 24 horas en tierra, en una pensión horrible porque era lo único que había, hasta volver a Mabul. Una vez en Mabul había pasado lo típico: mis amigas habían pasado la mejor noche de todo el viaje, conocido a mucha gente... y las habían cambiado al hotelito de otro señor de la zona, hecho de maderas, donde había WiFi y funcionaba a la perfección. Podría haberme quedado allí eternamente, pero tras una noche nos tocaba volver porque mis amigas querían seguir visitando Borneo.
Otra vez estaba en una maravillosa isla de Brasil. Y, tras un par de días de disfrutarla porque era fin de semana, cuando llegó el lunes mientras mis amigos miraban qué tour contratar para visitar una playa paradisíaca a la que solo se podía acceder por barco, porque era una maravilla natural rodeada de selva, yo estaba buscando en el hotel la mejor forma de que la red funcionase rápida y el dueño del alojamiento me miraba como: quién es esta tipa rara que llega hasta aquí con el empeño de conectarse a internet.
Tengo que decir que, en todo esto, con la oportunidad de pasar largas temporadas en mi casa, con mi familia y amigos. Que una cosa que siempre echamos de menos cuando nos toca emigrar por obligación (bien sea trabajo, bien un conflicto o guerra, bien la pobreza en tu país...), es esto: tu pueblo, tu familia, tus amistades, cultura... Y yo he tenido la enorme fortuna de poder aprovechar todo ello.
Imágenes | Propiedad de Bárbara Bécares, diversos autores
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