Durante los últimos años y fruto del célere crecimiento de la tecnología, son muchas las facetas de nuestra vida que se han visto alteradas y que abarcan ámbitos tan diversos como la forma en la que disfrutamos del tiempo libre, hasta nuestra salud y entrenamientos deportivos. Unas “novedades” que, sin embargo, también han llevado aparejadas ciertos recelos y temores asociados, principalmente, al mal uso de estos avances.
Por ejemplo, no son pocos los que atribuyen a este desarrollo la aparición de enfermedades tan específicas como la nomofobia, la adicción a las redes y otras patologías que se presentan como los grandes males de la actual sociedad. Unos problemas ante los que resultaría imprescindible controlar exhaustivamente determinados colectivos, supuestamente vulnerables ante determinadas prácticas. Sin embargo, parece que el asunto no es tan sencillo. Pero expliquémonos.
En concreto, nos estamos refiriendo a los menores y adolescentes, cuya exposición tratamos de mitigar online con el objetivo de protegerles de determinadas prácticas. Ahora bien, según un reciente estudio llevado a cabo por Pamela Wisniewski de la Universidad de Pensilvania (Estados Unidos) y respecto a estos últimos, la prevención y limitación de Internet no sería una buena opción, sino más bien todo lo contrario.
La investigación
De hecho, su investigación pone de manifiesto todo lo contrario: que los padres deberían dejar que los adolescentes decidiesen sus propios límites en lugar de prohibir el uso de Internet. ¿La razón? Muy sencillo, que enfrentarse a determinados riesgos supone un aprendizaje, un proceso que incrementará su capacidad para enfrentarse a determinadas situaciones.
Y no solo eso, sino que el documento indica que la resiliencia (la competencia que tiene una persona para enfrentarse y superar circunstancias traumáticas) mitiga la posible adicción a Internet y la exposición a riesgos futuro. Una forma fina de decir lo que todos sabemos: que a tortas se aprende y un factor clave para su protección.
“No podemos proteger plenamente a los adolescentes de experimentar riesgos en línea; sin embargo, podemos tratar de comprender mejor el impacto que tiene esta exposición que, curiosamente contribuye a que no lleven a cabo conductas de riesgo […]incluso cuando los jóvenes tienen altos niveles de adicción”.
El estudio también considera, precisamente, que esta capacidad de adaptación neutraliza los efectos psicológicos negativos asociados con esta adicción y hace hincapié en la importancia de alumbrar soluciones que potencien esta resistencia y fuerza, en contraposición a “aquellas medidas dirigidas a los padres que a menudo se centran en la restricción y la prevención de riesgos”.
"Por mucho que hay aspectos negativos asociados con el uso en línea, también hay una gran cantidad de beneficios al uso de las tecnologías en línea", dice Wisniewski. "Los padres deben ser conscientes de que la restricción de uso en línea por completo podría perjudicar a sus hijos educativo y social”, indica Pamela.
Y no es único en su especie
Asimismo, el estudio llevado a cabo por Wisniewski no es único en su especie, sino que parece que las últimas investigaciones apuntan en esta misma dirección. Es el caso del análisis llevado a cabo por Fellicity Duncan, profesora del Cambrini College (Estados Unidos) que sugiere que los más jóvenes no solo están sabiendo adaptarse, sino que han aprendido a protegerse frente a estos “peligros” aparejados al mal uso de la red.
La especialista apunta también a que este colectivo “está lejos de condenarse digitalmente” y que los estudiantes no solo están haciendo un empleo más precavido de Twitter y Facebook –optando por una difusión más restringida- sino que también son más conscientes de las consecuencias que la falta de cautela podría causarles. “De hecho, la migración de los más jóvenes a otras plataformas como Snapchat, en las que los contenidos desaparecen, podría atribuirse a esta tendencia”.
“Los adolescentes se involucran en la gestión compleja de su autopresentación en los espacios online; para muchos jóvenes, aplicaciones como Snapchat, esa profesa efímera, son un bienvenido descanso de la necesidad de vigilar su imagen en línea constantemente”, remata. El examen también pone de manifiesto que las redes sociales facilitan que estos mismos adolescentes se comprometan con causas tan laudables como el voluntariado y la filantropía, y que incluso se usan para defender “la tolerancia, la igualdad y la unidad”.
Además de estas dos investigaciones e incluso si nos remontamos al año 2011, otro estudio llevado a cabo por la Universidad de Tel Aviv aseguró ya entonces que los adolescentes empleaban la red como fuente de conocimiento “acerca de sí mismos en relación con los demás”, algo que les ayudaba en su viaje de auto conocimiento y que les permitía construir “positivamente su futuro con lo que descubrían en la red”.
El texto, de hecho, ya apuntaba que las redes sociales y los juegos de azar u online no se encontraban en la misma categoría y que se debía redefinir el concepto de “adicción a Internet” en los adolescentes. “Si los psiquiatras clasifican a un adicto a internet como una persona que pasa más de 38 horas semanales conectado a Inernet, nuestro estudio determinaría que muchos adolescentes cumplen estos estándares de adicción, cuando en realidad hacen uso de la red como una herramienta de ayuda en su viaje de auto-descubrimiento”, comentaba Moshe Israelashvili, coordinador de la investigación.
Dos años después y en un documento titulado Adolescentes e Internet. Mitos y realidades de la sociedad de información, Magdalena Albero, profesora de la Facultad de Ciencias de Comunicación de la Universidad Autónoma de Barcelona, apuntaba a estas tecnologías “como un vehículo idóneo para el desarrollo de las capacidades de razonamiento, creatividad y comunicación”.
La especialista apuntaba también a la importancia del papel de la escuela y la familia a la hora de establecer un modelo que permita que estos jóvenes hagan un uso debido de la red, así como de tener un “método” que se adapte a sus métodos y necesidades.
Un texto en el que también se refería a los riesgos y ponía de manifiesto ciertas cuestiones. Por ejemplo, Albero apuntaba a que entrar en un “chat” para conversar con desconocidos se realiza en grupo, pues para ellos estos lugares tienen las características de un juego, “por lo que disfrutan creando diferentes personajes, mienten sobre la edad, el sexo y la apariencia física”, “porque esto forma parte de la diversión”
En el lado opuesto
No obstante lo comentado, no podemos dejar de recalcar que existen opiniones para todos los gustos. De hecho, la anterior no es precisamente la postura defendida “tradicionalmente” por otros expertos y medios de comunicación. ¿A quién no le resulta familiar haber leído cómo la cultura de los selfies, los smartphones y otras herramientas otros están convirtiendo a los más jóvenes en ciberacosadores, adictos digitales y demás?
De hecho, este es el enfoque habitual para brindar datos como los del Pew Research Center, que afirma que el 24% de los adolescentes reconoce estar en línea casi constantemente (como consecuencia de lo fácil que es hacerlo a través de los teléfonos inteligentes).
Una asiduidad que no debe ser intrínsecamente mala, sino que refleja un incremento del uso en este colectivo, un empleo que no necesariamente tiene que ver con una adicción sino, tal vez, con una recurrencia a la red como recurso para buscar información, jugar, comunicarse con sus conocidos, etcétera. Algo que pueden hacer “con y sin cabeza”.
Ahora bien, este centro de investigaciones únicamente recaba los datos acerca de cómo utilizan la red, unos resultados que pueden haberse presentado de manera alarmista y verse distorsionados a través de los distintos medios de difusión.
Además del porcentaje comentado, así, el estudio investiga también cuáles son sus redes sociales preferidas (Facebook Google, Instagram y Snapchat, por este orden), así como cuáles son sus puntos de acceso y analiza su comportamiento por sexo, condición socioeconómica y edad. Asimismo, el documento del Pew Research acaba reconociendo que “la magnitud y dirección de estos efectos son difíciles de predecir”.
Por otra parte, incluso se ha llegado a afirmar que los adolescentes tendrían problemas a la hora de buscar empleo por publicar en redes sociales. Una cuestión a la que se ha aparejado hasta un 25% de ellos y a la que hace ya un tiempo se refirió Luis Piñar Matas, catedrático de Derecho Administrativo de la Universidad CEU-San Pablo, que recalcaba entonces para apuntar que “nuestra privacidad está en constante peligro, y más en un espacio como internet”.
Unas declaraciones que nos recuerdan a la frase de aquel noble inglés que, ya en 1843 anunció en el Parlamento británico que la moralidad de los niños era diez veces peor que antes. Una premisa que suele presentarse con cada nueva generación, pues su predecesora suele asumir que los jóvenes están condenados; y unas aseveraciones que chocan con lo descubierto en febrero por Duncan, que asegura que, “cada vez más, los jóvenes están siendo advertidos de que los futuros empleadores, departamentos de admisión en universidades y hasta los bancos van a utilizar sus perfiles en redes sociales para evaluarlos”.
No obstante, y dada la fecha de publicación de estos estudios, es inevitable plantearse si lo que ocurre es que, durante los últimos años y fruto del incremento de la información –y hasta iniciativas como el Día de la Internet Segura- que los adolescentes tienen a su alcance, se ha producido un cambio de tendencia. Una posibilidad en la que tampoco podemos dejar de contemplar que estos jóvenes se han criado en una sociedad repleta de tecnología y que ha formado parte de su aprendizaje saber cómo usarla (frente a generaciones anteriores).
Una realidad hacia la que, por cierto, también apunta Felicity Duncan pues, según ella, “habiendo crecido con estas plataformas, los estudiantes universitarios son muy conscientes de que nada publicado en Facebook es una verdad olvidada para siempre, y son cada vez más precavidos con las posibles implicaciones”.
En todo caso y dicho lo cual, resulta imprescindible destacar que, si bien nos topamos con investigaciones de todo tipo, el quid de la cuestión no radica en la tecnología ni las redes sociales, sino en la manera en la que las empleamos y en nuestras propias disfunciones y capacidades. Algo que corrobora nuestra psicóloga de cabecera Amparo Cervera, especializada en terapia con menores.
“El asunto no está en las redes sociales, ni en las drogas, las máquinas tragaperras o el alcohol, sino que una persona se convierte en adicta con motivo de sus propias carencias afectivas”. Es decir, “el problema estaría en el uso de las tecnologías, que ahora forman parte de las nuevas adicciones y han suplantado al alcoholismo y la ludopatía”. Permitir que los adolescentes naveguen libremente forma parte de su aprendizaje, eso sí, siempre y cuando les hayamos dotado de los recursos necesarios para hacerlo”, remata.
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