Con la era del teletrabajo, los llamados nómadas digitales tienen mucha más libertad que nunca para vivir en paraísos remotos, con sus sueldos europeos, para empresas con sede en ciudades como Londres o Barcelona. O simplemente, para moverse de un lugar a otro y estar donde quieran.
Vice habló de este fenómeno y ha entrevistado a gente que está ocultando a sus empresas que están viviendo lejos de su hogar, mientras su empresa comienza a meter presión para que vuelva a la oficina. Desde Genbeta también conocemos casos similares y hemos entrevistado a profesionales de España que han hecho algo por el estilo, para conocer sus razones para no contarlo y sus estrategias para evitar ser pilladas y pillados.
La pandemia nos trajo el teletrabajo. Y muchos directivos, con Elon Musk a la cabeza, quieren acabar con él. Muchos trabajadores alegan razones de peso para seguir esta tendencia: el ahorro en combustible y otros asuntos (aunque hay estudios que creen que se gasta más por otros factores), el consumo energético, la conciliación laboral y familiar, el ahorro de tiempo en los desplazamientos... pero hay otros que están postergando este momento porque viven en paraísos lejos de sus ciudades o lo hacen por largas temporadas y no lo quieren contar a sus empresas.
Vamos a conocer cómo nómadas digitales realizan sus labores frente a una playa asiática (por decir algo) mientras su jefa o jefe piensa que están delante de su PC en su casa en alguna ciudad o pueblo europeo. Y los trucos de los profesionales para evitar contar su vida.
Trucos para evitar ser descubiertos
Ángela trabaja para una empresa del País Vasco. Este verano pasó dos meses entre las islas Maldivas e islas de Indonesia. A ella no la presionan para volver a la oficina ya que, si nada cambia, el acuerdo entre empresa y trabajadora fue que teletrabajaría. Hay empresas que saben que si quieren talento, tienen que ceder y ofrecer unas condiciones que al profesional le interesen. Ángela no quiso contar que se iba a la otra punta del mundo porque ni siquiera sabía si la dejarían hacerlo y porque, al fin y al cabo, es su vida privada.
"Yo no me escaqueaba nunca, hacía mis funciones igual que las haría en España", explica. Solo que su horario cambió: desde las 3 de la tarde en adelante (aquí comienza alas 9 de la mañana y dice que esto sería muchísimo más complicado si se fuese a América, ya que tendría que trabajar de madrugada). Algo que sí le daba miedo es que su PC de empresas pudiera sufrir algún incidente... ¿cómo lo haría llegar a la empresa para recibir un equipo nuevo, siguiendo el protocolo?
¿Cómo hacías para disimular en las reuniones, para que nadie viera que estabas sudando cuando en realidad vives en el norte de España que no hace el calor de las Maldivas o de Bali? le pregunté. Dice que ella nunca tiene videollamadas. Todas las reuniones son sin vídeo. Eso sí, si estaba trabajando desde una playa y tenía llamada, se metía en algún sitio cerrado para evitar ruidos: podía ser la habitación de su alojamiento o, si estaba lejos del hotel, podía ser el coche con el que se movía de un lugar otro.
Lo mejor de todo, dice Ángela, es que mientras ella estaba en Maldivas, buceando en sus horas libres, su jefe le contó que él estaba en Maldivas de vacaciones con esa misión. Vamos, que se podían haber encontrado perfectamente. Dice Ángela que Bali, otro de los destinos de su último periplo, es el paraíso para teletrabajar. "Está lleno". Las cafeterías y hoteles son como oficinas de trabajadores en remoto y los afterworks pueden hacerse con gente de diferentes nacionalidades y profesiones variopintas.
En Vice hablaba un chico de nombre Daniel que vive en Chiangmai, Tailandia y sus jefes creen que está en Birminghan, Reino Unido. Para las reuniones se encuentra problemas: a menudo es de noche en un país cuando es de día en el otro y muchas veces hace frío en Birmingham mientras él suda en Tailandia con un ventilador al lado aliviando la temperatura. O cuando cae una de esas ruidosas tormentas tropicales nocturnas en el país asiático también le cuesta disimular. Muchas veces comprueba si en Birminghan también llueve o no para ver si tapar el ruido, qué excusa poner si alguien se da cuenta del ruido de la lluvia y demás. Lo que más tiene que hacer en sus constantes videollamadas es disimular el clima que le rodea.
Razones para no contarlo
Además de la privacidad: ¿por qué debería importarle a una empresa si estoy en Badajoz o si estoy en Hanoi mientras cumpla mi labor?
Silvia cuenta que ella también ocultó su ubicación a su empresa porque quería ser voluntaria en un proyecto que le encantaba. "Yo era autónoma, concretamente falsa autónoma, acordé con mi empresa que yo pasaría temporadas en otro país cubriendo la información de allí. Como pasa con muchos periodistas, nos envían a otros países sin ningún tipo de protección ni un pago extra por esa labor. Yo lo acepté porque me interesaba mucho pero era consciente de que se estaban vulnerando mis derechos laborales y por eso tomé ventaja", explica Silvia.
El jefe de Silvia quiso enviarla a Buenos Aires a vivir antes de lo que habían acordado. Ella acababa de volver de Bogotá y no quería irse tan pronto. Cuando acordaron previamente esta colaboración nunca se habló de que la empresa podría imponer las fechas. Al contrario, Silvia tenía interés en un proyecto en Bulgaria para ser voluntaria en su tiempo libre. Alegó problemas familiares para alargar su mudanza a Argentina, pero en realidad se fue a Bulgaria. Madrugaba (muchísimo, dice Silvia) para hacer sus tareas profesionales y tener mucho trabajo hecho cuando a las 9 llegaba su jefe. Luego se iba al proyecto a ser voluntaria y por las tardes acababa sus tareas. No era tan dificil porque no estaban en una plataforma conversando a tiempo real y las videollamadas eran escasas.
En una ocasión, ya en Buenos Aires, decidió irse unas semanas al norte del país. No avisó a sus jefes en España porque finalmente ella era autónoma, aunque en la práctica le impusieran horarios (que no un salario o prestaciones acorde). Era época de carnavales, festivo, y no había mucho movimiento ni eventos planeados en Buenos Aires.
Se fue a pasar unas semanas con unos amigos al norte, muy cerca de Bolivia, mientras mantenía sus labores diarias de trabajo. Estando allí la llama su jefe: tenían que enviarla a un evento en Estados Unidos en unos días. El aeropuerto internacional más cercano que pudiera llevarla a Florida estaba a más de 1.500 kilómetros de distancia. Tuvo que pasarse casi tres días de viaje en autobuses para volver a la gran ciudad a tiempo porque los vuelos estaban carísimos (y poco accesibles) para poder conectar.
Otro caso es el de Matt, este recogido por Vice. Quiso dejar de pagar los altos precios de vivienda de Manhattan, donde vivía y tomó la decisión de mudarse a Europa. Su empresa estuvo de acuerdo. Con el paso del tiempo, quiso pedir un visado para quedarse en el viejo continente porque alguien de América no puede quedarse aquí idefinidamente de forma legal si no lo regula.
Su empresa se negó, de forma arbitaria. Como no hubo razones de peso para esta negación, Matt mintió. Compró un vuelo, lo mostró a su jefe, luego lo canceló y quedó viviendo en Europa, disimulando sobre todo la luz u oscuridad que le rodeaba en las reuniones (para que no se notase la diferencia horaria). Para ocultar su ubicación usaba una VPN y le funcionó. Un compañero de Genbeta cuenta que una amiga le consultó hace poco cómo usar una VPN para mentir sobre su ubicación y que "parece que funcionó".
Juan trabaja en una entidad pública. Y como sucede en todo el sector, tiene días a la semana en los que tiene el derecho de teletrabajar. Sin embargo, cuenta que hace unos días le dijeron que si deciden teletrabajar fuera de su casa tienen que informar a la entidad para la que trabaja. "En el convenio no lo pone y creo que es abusivo", alega Juan, que es abogado y que cuando teletrabaja le gusta moverse a otras ciudades para aprovechar para estar cerca de su familia o conociendo sitios nuevos.
Alfonso también engaña de su ubicación. Aunque no para irse a un paraíso remoto, sino porque la empresa lo obliga a vivir en la región donde está su sede aunque teletrabaja algunos días de la semana. A él le gusta más pasar temporadas en su ciudad de origen, a unos 300 kilómetros de distancia. "No sé si puedo llamar remoto a trabajar en casa de mi madre, no es tan remota pero vengo mucho aquí en los días de trabajo remoto y a mi empresa no se lo cuento", dice Alfonso.
Los responsables o gerentes también pecan de esto. Explica Sergio, responsable de un departamento tecnológico en su empresa, que muchas veces está paseando en la playa mientras hace su trabajo. Es una playa cerca de su hogar, pero no está sentado como se pueden imaginar sus compañeros, delante de un PC en una sala de su casa. Solo necesita un móvil porque "es lo que tiene hacer todo el tiempo reuniones o indicar cómo hay que hacer una cosa", explica Sergio. La mayoría de estas reuniones telefónicas son con clientes y no le face falta la cámara. Si necesita videollamada, ya busca un sitio más apropiado.
Hay empresas que dicen que esto es un problema
Una encuesta realizada para la empresa de recursos humanos Topia descubrió que hasta el 40% de los profesionales de recursos humanos había descubierto recientemente que los empleados trabajaban fuera de su estado o país de origen, y que sólo el 46% de jefes y jefas estaban "muy seguro" de saber dónde estaba la mayoría de sus trabajadores. El año pasado la cifra era del 60%.
En la misma encuesta, el 66% de los 1.500 empleados a tiempo completo encuestados en Estados Unidos dijeron que no informaban a recursos humanos de todas las fechas en las que trabajaban fuera de su estado o país, y el 94% dijo que cree que debería poder trabajar donde quiera si su trabajo se lleva a cabo.
Desde Topia afirmaron que conocen los casos de agunas empresas ya han procedido a despedir a empleados que se negaron a volver a casa después de que la empresa descubriera que estaban trabajando desde el extranjero.
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