En 2006, un profesor de Estados Unidos fue llevado ante los tribunales por tener una relación y acostarse con una de sus alumnas de 15 años. Fue condenado a 15 meses de cárcel, pero entonces la alumna le demandó a él, al propio colegio y al Departamento de Educación asegurando que la aventura con su profesor le había provocado "pesadillas y falta de sueño", "angustia emocional" y "pérdida del disfrute de la vida". ¿El problema? Que esa mala racha no quedó reflejada en su Facebook.
Los abogados del Departamento de Educación consiguieron hacerse con algunas fotografías en las que se veía a la chica de fiesta con su novio (no el profesor), trabajando, en un bar con sus amigos... Como la mayoría de información de su cuenta sólo estaba visible para amigos, los jueces han pedido a la demandante que entregue todo el material publicado en sus redes sociales con el fin de ver si, como ella dice, lo estuvo pasando muy mal durante todo ese tiempo o si, como el Departamento asegura, las imágenes dicen lo contrario.
En Slate tienen un completísimo reportaje donde recogen varios casos similares en los que una víctima alegaba consecuencias psicológicas importantes y los abogados defensores recurrían a las redes sociales para demostrar lo contrario. En uno de ellos, una empleada de un centro comercial despedida injustamente acusó a sus jefes de discriminación, explicando que había sufrido angustia, ansiedad y aislamiento social. En su Facebook, muchos amigos le desearon feliz cumpleaños. El caso no llegó a juicio: llegaron a un acuerdo antes. En otro, alguien que provocaba un accidente decía estar muy arrepentido y pasándolo fatal, pero en su Facebook salía una foto suya en un partido bebiendo cerveza.
¿Feliz para aparentar?
¿Hasta qué punto la vida que plasmamos en las redes sociales es fiel a la vida que vivimos fuera de ellas?
El recurrir a fotografías para demostrar que una persona no sufre el daño que ha dicho sufrir no es algo nuevo (los detectives privados intentando coger a gente que engañe a los seguros es un ejemplo), pero en estos casos es algo distinto: es la propia víctima la que, sin quererlo directamente, aporta pruebas que después pueden ser utilizadas en un juicio. Sin embargo, que casos como el del profesor y la niña se sirvan de estas pruebas y, sobre todo, que el juez les dé validez es muy preocupante.
Las redes sociales son conocidas por cómo a casi todo el mundo les gusta alardear o, al menos, parecer feliz en ellas. Muestran una versión positiva de nuestra vida filtrada por nosotros mismos. ¿Compartimos un pastel que cocinamos y se quema en el horno? No: compartimos el que conseguimos la segunda o la tercera vez, que queda perfecto. Que alguien aparezca sonriendo, posando con los amigos o haciendo deporte no quiere decir que esté pasando un infierno por dentro.
No todos los jueces están a favor de utilizar este tipo de pruebas. En 2013, un tribunal de Nueva York descartaba admitir las información de Facebook como prueba en un caso de discriminación en el trabajo. El juez explicaba lo mismo que acabamos de comentar: "una persona con depresión severa puede tener un día bueno o varios días buenos y escoger publicar sobre esos días, evitando publicar sobre ánimos que reflejan mejor su estado emocional actual". Que alguien aparezca sonriendo en una fotografía no quiere decir que no esté sufriendo otros problemas, añadía.
Parece lógico que una fotografía, en la que alguien aparece andando en bicicleta, pueda usarse en un juicio si éste alega que no puede hacer deporte por un accidente. Pero los jueces deberían tener en cuenta los numerosos estudios que dicen que en las redes sociales publicamos únicamente cosas felices, favorables para nosotros, de las que podemos presumir. Meterse a decidir en un juicio si alguien es feliz (o no), sufre de depresión (o no), o lo está pasando mal (o no) a partir de las publicaciones de Facebook es, en mi opinión, todo un error.
Imagen | Dawn Ashley
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